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¿Rejuvenecer será posible?

Terapia genética y el caso de Liz Parrish

La posibilidad de rejuvenecer hasta cuatro décadas podría estar más cerca gracias a una controvertida terapia genética. Este tratamiento, aún no aprobado por organismos reguladores, ha generado un intenso debate en la comunidad científica. La estadounidense Liz Parrish se convirtió en la paciente cero de este experimento y asegura que a sus 53 años tiene el cuerpo de una persona de 25.

En 2015, Parrish viajó a Colombia para someterse a esta terapia no autorizada en su país por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos). Hasta entonces, el tratamiento solo había sido probado en ratones. Según Parrish, su decisión estuvo motivada por la búsqueda de una solución para la diabetes tipo 1 de su hijo, lo que la llevó a fundar la empresa BioViva.

Cuando se administró la terapia, Parrish tenía 44 años, pero su edad biológica, que refleja el estado de salud, correspondía a 62 años. Nueve años después, afirma haber revertido los efectos del envejecimiento, manteniéndose alejada de procedimientos como el Botox o cirugías estéticas. Además, destaca que su estilo de vida vegetariano de 30 años podría haber contribuido a los resultados.

La terapia consiste en la administración de telomerasa para preservar la longitud de los telómeros, un indicador clave del envejecimiento celular, y folistatina para aumentar la masa muscular y reducir la grasa corporal. También incluye enzimas que, según Parrish, mejoran las funciones cerebrales, renales y la salud cardiovascular.

Sin embargo, este tratamiento no ha sido sometido a controles científicos ni aprobado por agencias regulatorias. La falta de validación ha suscitado críticas en la comunidad científica, que advierte sobre posibles riesgos como el desarrollo de cáncer a mediano plazo.

Parrish busca hacer que esta terapia genética sea accesible, con un costo inferior a 2,500 euros por dosis, y una duración de entre 5 y 10 años. Pese a su optimismo, los expertos instan a realizar más investigaciones para garantizar la seguridad y eficacia del tratamiento.

Aunque la posibilidad de rejuvenecer fascina a muchos, el caso de Liz Parrish plantea interrogantes éticos y científicos sobre los límites de la biotecnología y los riesgos asociados a experimentos no regulados.

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